lunes, 2 de abril de 2018

TENTADERO EN LA ZAMARRONA


Ladislao Rodríguez Galán
La ganadería ingresa en la Asociación de Ganaderías de Lidia en 1991, formando la ganadería con reses de Francisco Núñez Benjumea y de Carlos Núñez. En 2004 se elimina todo lo anterior y se adquiere un lote de vacas y tres sementales de Hermanos Sampedro que está dando reses de gran nobleza y calidad que pastan en la finca La Zamarrona (El Pedroso, Sevilla).


Hasta allí nos hemos trasladado para asistir a un tentadero. El día fue espléndido y la finca, cubierta de una alfombra verde anunciando que la primavera ya está aquí, es un auténtico vergel. Nos recibe el ganadero Juan Arenas Casas y su hija Carlota y enseguida nos dirigimos a la coqueta plaza de tientas situada a la orilla del pantano los Melonares, que tras estas últimas lluvias muestra orgulloso su poderío, llegando con sus aguas a besar, casi, las paredes de la plaza.


Nos cuentan que hacía tiempo que no estaba al cien por cien de su capacidad. Bendita lluvia y bendita naturaleza que se puede mostrar así de hermosa.
La tienta la va a dirigir el matador de toros Antonio Fernández Pineda a quien acompañará en las tareas el novillero Fernando Navarro.


Se tentaron tres becerras y un utrero que dieron buen juego, con una calificación alta. Entraron repetidas veces al caballo, empujando y embistiendo abajo. Luego con la muleta no se cansaron de embestir, siempre con la boca cerrada. Cuando el ganado sale así todos se divierten: los toreros y los asistentes porque se puede ver toreo del bueno. 


El utrero lo lidio en último lugar Fernando Navarro, un novillero sevillano que debutó con caballos el año pasado y que pese a su bisoñez, estuvo a la altura que le pedía su oponente. El novillo recibió dos varas y luego en la franela del muchacho fue un dechado de calidad. Que nobleza, con el hocico arrastrando por el albero. 

Cuando se hartó de torear lo pasaportó de una buena estocada que necesitó de la ayuda de varios descabellos. Todo es admisible porque, para los toreros, esto suelen ser clases prácticas para aprender y mejorar estilos. Y cuando tienen un ganado bueno enfrente mucho mejor porque los relaja.


Terminado el tentadero, mientras Antonio Arenas se enfrascaba en la noble tarea de guisar un arroz campero, recorrimos la amplísima finca que bordea lateralmente el pantano donde pastan reses limusinas mezcladas con cerdos ibéricos y donde, de vez en cuando, se cruzaban ante el coche venados y cochinos. Un paseo magnífico que nos predispuso a dar buena cuenta del arroz. Hay que anotar, en el casillero de Arenas, la máxima puntuación para este artista culinario. Una comida extraordinaria rematada con una sobremesa donde se habló de toros y de otros temas dentro de la más exquisita cordialidad.


Y cuando volvíamos a Córdoba, al ocultarse el sol, todavía saboreábamos el riquísimo arroz y el intenso día que habíamos disfrutado. Y lo mejor de todo: locos por volver.